Palabras Preliminares - Horacio González

La historia de las constituciones argentinas es la historia de las luchas políticas argentinas. El deseo constitucional es el signo característico de las naciones modernas, y sus pactos fundadores - sometidos todos a la intensidad de visiones antagónicas del mundo social -buscan obtener el estatuto definitivo de una manera escrita. La escritura constitucional puede considerarse así un tipo culminante de escritura social, hierática, pero más que estatal, pues es la voz social misma sostenida en una fuerza legal, que sólo puede traducirse a un idioma constitucional. Es la letra que se sabe fundadora. Podrá no ser la preferida de la literatura, la historia o la poesía. Pero es el máximo acuerdo entre una ley, la escritura y la vida general.

La historia argentina es rica en este debate, que se extiende hasta hoy. Los rasgos de querella incesante que tiene el debate por las formas gubernativas - que enraízan en las guerras civiles del siglo XIX -, vislumbran palabras célebres. Las escuchamos y las seguimos escuchando. Federalismo, unitarismo, monarquía, voto calificado, bien común, grados de representación, procedimientos de las instituciones. Todo ello en su conjunto o separadamente es la materia del antagonismo social pasado, y en forma potencial también del presente. Los mojones que atravesó Argentina en este rubro son bien conocidos. El boceto constitucional de 1819; el de 1826 que lo sustenta con mayor fuerza; la abstinencia constitucional meditada luego por Rosas en nombre de un pensamiento donde importaba más una noción de poder pulsional que no omite pero demora el estatuto de la escritura; la Constitución de 1853, muchas veces reformada, con su trama interna instituida por las cambiantes vicisitudes del pensamiento de Alberdi - antiguo escritor de un texto también fundamental de 1837: la décima palabra simbólica, que peticionaba abjurar simultáneamente de los estereotipos federales y unitarios que hasta el momento escindían el cuerpo político -. Esta Constitución, con su aderezo fundamental - el artículo 14 bis -y la importante reforma de las últimas décadas, balizan el sendero de un inagotable debate. La reforma de 1994 se luce al inaugurar el constitucionalismo de los derechos humanos. Sobre todos esos reformismos pende un fantasma, que es el de la Constitución de 1949, un intento de pensar un Estado de derecho que provenía de un constitucionalismo llamado "social" pero que más cabalmente era defensor de un ideal general de armonía social y revertía en la pertenencia al colectivo nacional de todos los recursos territoriales manifiestos o latentes, visibles o invisibles, presentes o futuros.

Todos estos temas siempre están en suspenso ante nosotros. Listos para el argumento nuevo y la querella. Una constitución, que postula la escritura que parece más acabada, es el magno texto que al cabo llama más a los reformadores y utopistas. Precisamente por ser la suma de ideales trascendentes, de apariencia lejana, pero expuesta a que la vida cotidiana la interrogue permanentemente.

Para dar una nueva visión del poder y sus recomienzos incesantes. Esta publicación, fruto de un trabajo común entre tres bibliotecas -la del Congreso, la de la Corte Suprema y la Nacional: las bibliotecas de los tres poderes-, es una contribución esencial en los debates del Bicentenario.

Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional